Mi mamá me dijo que esperara en el banco… Y solo la vi de nuevo después de años.

Me llamo Matteo. De niño, creía que mi familia era simple, pero fuerte. Vivíamos con modestia, pero con calidez. Mi padre trabajaba en su taller, y mi madre se quedaba en casa para cuidar de mí. Yo era su único hijo, y creía que así sería para siempre.

Pero un día, todo cambió. Mi padre perdió su trabajo. No entendía mucho en ese momento, pero sentía cómo la alegría desaparecía. Él se volvió silencioso, y entre mis padres comenzaron las peleas. Por las noches, escuchaba a mi madre gritar, puertas cerrándose de golpe, y luego… un silencio que daba más miedo que las palabras.

Más tarde, mi padre descubrió que mi madre estaba con otra persona. Entonces, nuestro hogar dejó de ser un refugio. Papá se fue. Lo extrañaba cada minuto. Y mamá… ella solo repetía: “Nos abandonó. Olvídalo”. Pero yo no podía.

Un día, ella se despertó de buen humor — por primera vez en mucho tiempo. “Prepara tus cosas, vamos al mar”, me dijo. Yo estaba feliz. Le creí. Tomamos un autobús, y en una de las paradas dijo: “Espera aquí. Voy por un helado”. Me quedé sentado en el banco… y nunca volvió.

Pasaron muchas horas. Empezó a hacer frío. La llamé, lloré, pero no regresó. Alguien me encontró y avisó a mi padre. Él vino con lágrimas en los ojos. Me dijo: “Tu madre te ha abandonado. No va a volver”. No podía creerlo. Pero era verdad.

Con papá empezamos una nueva vida. Una mujer llamada Giulia apareció en nuestras vidas. Era amable y paciente. Al principio no la acepté, pero con el tiempo, ella se convirtió en alguien a quien empecé a llamar “mamá”. Porque ella sí estaba allí. Cuando nació mi hermanita, entendí lo que significa tener una verdadera familia.

Después, mi padre me contó que mi madre biológica lo llamó a la mañana siguiente, solo para decirle dónde me había dejado. Luego desapareció. El tribunal le quitó los derechos parentales. Nunca más se supo de ella.

Pasaron los años. Crecí, estudié, conseguí trabajo, compré mi propia vivienda. Mi padre y Giulia estuvieron conmigo en todo momento.

Una noche, al volver a casa, vi a una mujer sentada en un banco frente a mi edificio. Levantó la cabeza: “Matteo… soy tu madre”, susurró. Casi no la reconocí. Había envejecido, su voz me era ajena.

Llamé a papá. Él llegó con Giulia. Me dijo: “Hijo, solo tú puedes decidir qué hacer ahora”.

La miré y no sentí nada. Solo vacío. “Tú no eres mi madre”, le dije. “Te fuiste. Me dejaste. Yo ya tengo mamá y papá — son ellos.” Ella lloró, pero yo me mantuve firme. Le pedí que se fuera.

Después, los tres nos abrazamos fuerte. Susurré: “Gracias por estar conmigo. Los amo”. Y era verdad.

No abandonen a sus hijos. Ellos no pidieron venir al mundo. Pero necesitan amor. Yo, Matteo, lo sé. Y llevo esa verdad conmigo cada día.

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