Después de nueve largos meses en el extranjero, regresé con mi esposa Ruby y nuestra hija recién nacida, Jenna. Los primeros días estuvieron llenos de la alegría de la paternidad: noches sin dormir, momentos tiernos y el amor incondicional de una nueva familia.
Con el tiempo, sin embargo, noté un cambio en el comportamiento de Ruby. Se volvió cada vez más reservada, pasaba largas horas al teléfono y hacía compras inexplicables. Mi intuición me decía que algo no estaba bien.
Una noche hice un descubrimiento aterrador: una prueba de embarazo oculta bajo la cuna de Jenna. Ruby confesó un error único, abrumada por la culpa e incapaz de enfrentar las consecuencias.
La revelación destruyó mi confianza en ella. El hombre que alguna vez creyó en la santidad del amor y la familia ahora luchaba contra la traición. Con el corazón pesado, decidí irme y llevé conmigo a nuestro fiel perro Max.
Max fue una fuente constante de consuelo durante este tiempo difícil. Su lealtad inquebrantable y su amor incondicional contrastaban fuertemente con la confianza rota en mi relación con Ruby. Al comenzar este nuevo capítulo de mi vida, sabía que siempre podría contar con mi leal compañero para guiarme a través de la oscuridad.